martes, septiembre 27, 2011

La próxima batalla


Para Manuel los libros son un castillo con las puertas cerradas, un precipicio sin puentes, un planeta desconocido.
Mira las letras, esas prolijas huellas de hormiga, sin saber como otros pueden hallar su camino en ellas.
Pero se muere de ganas de encontrarlo él también.
Es… como un hambre. Distinta a la que tan bien ha conocido, pero casi igual de fuerte.
Suele entrar a la biblioteca del pueblo con pasos indecisos, furtivamente; como si no tuviera derecho a estar en ese sitio que se le hace tan ajeno, como temiendo que alguien descubra esa intromisión y lo eche; luego busca avergonzado, fingiendo que es para un nieto, algún libro de colores llamativos, de imágenes deslumbrantes.
Tal vez ellas puedan darle una clave, un indicio, algo que, tal vez, le devele el secreto de los signos inaccesibles. Pero el misterio permanece, se resiste…

Un día Manuel se mira las manos fuertes, gastadas, de quebracho añoso. ¡Cuántas batallas afrontaron! En muchas conocieron la derrota, en muchas fueron vencedoras…
Rastrea en el espejo al chico que supo ser hace ya tanto, ese chico oculto tras la máscara amasada por el tiempo.
Aún está ahí.
Lo reconoce en los ojos que, todavía, guardan imágenes de cerros, de ovejas pastoreadas, de cactus silenciosos, de matas ásperas azotadas por un viento inclemente. Días solitarios, días sin escuela, días barridos también por el viento de los años.
El niño y el hombre se saludan, se reencuentran, se abrazan, se confunden…
Entonces Manuel decide que ha llegado el tiempo de otra lucha.
Y, quizás, de otra victoria.
Esa misma tarde, con su paso lento, cruza las calles donde el sol ya se despide y, tímida pero decididamente, abre la puerta de la escuela para adultos.

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