martes, noviembre 20, 2012

Alas nocturnas

Lo más difícil era volver a armarse después. Deslizarse dentro del cuerpo abandonado, recuperar el control de cada cuerda, de cada unión, reprimir el deseo feroz de huir para no volver más. Despertar, en suma. Las primeras horas eran las peores. Suponía que a los otros les pasaba lo mismo, de ahí los gestos agrios de cada mañana, el rictus en los labios, las contestaciones destempladas. Luego, el trajín diurno hacía retroceder el recuerdo de la libertad perdida. Hasta que llegaba el crepúsculo. Entonces, la promesa de la noche empezaba a aligerar el alma, y esperaba ansiosa el momento de entregarse nuevamente a los sueños y a los fugaces vuelos nocturnos. (Imagen: Flaming June, de Frederic Leighton)

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