martes, agosto 12, 2008

Cambios odiosos

Ella se peinaba frente al espejo. Él, mientras se vestía, le dijo que no iba a volver nunca más, que lo de ellos terminaba allí, que ese era el punto final. No debió hacerlo. Los oscuros cabellos de la amante dejaron de ser la suave cascada que él tantas veces había acariciado; aquellos que había atrapado el cepillo se desprendieron de él, siseando con furia, y un hervidero de víboras comenzó a treparle por las piernas. El hombre ni siquiera pudo gritar. La mirada de ella, abandonando el espejo para clavarse en él, lo convirtió en piedra.

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