domingo, septiembre 09, 2007

Nuevo link

Acabo de añadir el blog (¡flamante!) de Fernando a los links de Mis amigos. Sí, porque además de ser mi hijo, creo que también somos eso, en parte por compartir chifladuras semejantes, pero también por muchas otras razones. Que sea una persona maravillosa es solo una de ellas. Creo que vale la pena visitarlo(bueno, eso con todos los linkeados, claro. Ahí puso dibujos que hizo para un cuento mío ("Lali dice"), inédito aún. Les adelanto uno de ellos. Que lo disfruten.

viernes, septiembre 07, 2007

ARIADNA II

Aquella mujer estaba sola. Pero llena de palabras. Tantas, que le reventaban las costuras del alma. Las palabras querían nacer. Y empujaban, atropellándose en su garganta, trepándosele por la lengua, golpeándole los dientes. Pero ella apretaba los labios y las tragaba de nuevo, encerrándolas en algún lugar del cuerpo por un tiempo más. No era fácil. Furiosas, le arañaban los pulmones, le mordían el estómago, le clavaban las uñas en el costado izquierdo del pecho. Las sentía revolverse como un manojo de culebras. Arder como un montón de brasas. Pesar como racimos de guijarros. Y en las noches, cuando el sueño la vencía, se deslizaban por su boca entreabierta, y volaban, polillas encendidas, buscando donde hacer nido. A veces su revoloteo la incomodaba; entonces se agitaba, intranquila, sin llegar a despertar del todo. Las palabras fugitivas se quedaban muy quietas, aguardando... Y cuando ella se entregaba de nuevo al sueño, que aflojaba las cerraduras de su boca, salían de puntillas, con pasos de duende; un hilo de oro, un rocío de estrellas que huía, veloz, por todas las rendijas de la casa. La mujer no callaba por gusto. Pero le habían enseñado que solo los locos hablan solos. Y ella, que tan sola estaba, ¿a quién iba a hablarle? No quería como compañera a la locura, esa vieja desgreñada y hostil. Por eso apretaba los labios y soportaba las torturas inflingidas por las palabras prisioneras. Volando sobre el tapiz de la noche, las palabras chispeaban sobre los techos dormidos, sobre las terrazas donde los gatos se amaban ruidosamente, sobre los charcos de luna estancada. Buscaban, buscaban siempre, el oído dispuesto a recibirlas. Una madrugada vieron aletear unas cortinas. Como esas banderas que usan los marinos para comunicarse, las llamaban, les hacían señas... En remolino, la bandada giró sobre la casa, ese diente solitario en la boca oscura del campo. Atropellándose, entraron por la ventana abierta. Sobre la cama, un hombre dormía. Curiosas, le miraron el perfil de niño viejo, el rostro indefenso. Le acariciaron el pelo con ternura de madre y las manos con ansias de amante. Le rozaron los labios, temblando con su aliento. Luego, con suavidad, comenzaron a deslizarse en sus oídos. El sueño del hombre se llenó de un paisaje desconocido, con una casa pequeña y blanca acurrucada al pie de unos cerros multicolores, junto a las ramas sedientas de un árbol agobiado de estrellas. Y en la casa había una mujer. Tenía los labios florecidos de palabras y, tras los ojos cerrados, una promesa de amor. El hombre despertó rodeado de alas invisibles y susurros brillantes. Sentía una renovada tibieza en el pecho, junto al corazón, allí donde había guardado el rostro de la bella durmiente. Y por un momento, creyó que un millar de luciérnagas había invadido el cuarto solitario. Las palabras, desovillando su leve madeja de oro, le señalaron el horizonte, lo tomaron de las manos, le prestaron sus alas. El hombre sonrió, lleno de su luz. Luego, se puso en camino.

Amor de raíz y alas

Él está lejos. Y el amor y la distancia le duelen en todo el cuerpo. De tanto nombrarla, a su voz le nacen alas. Y así el corazón se le vuelve pájaro. Ella se muere de ausencia. En las noches cree oírlo, llamándola. Pero el alba le devuelve la tristeza del lugar vacío sobre la cama en duelo. Tal vez por tanto esperarlo, el alma se le vuelve raíz. La esperanza la llena de ramas, y en las ramas hay hojas. Como corazones verdes, suspiran en la brisa. Voz y corazón alados vuelan sobre desiertos hambrientos, que tratan de deslumbrarlos con sus cristales de oro. Pero ellos ignoran sus brillos áridos, seguros de que ahí no hay nada que pueda calmar su sed de ella. Mares de jade los llaman con voces de sirena y manos de espuma. Pero la roja flecha solo tiene oídos para la voz pequeña, casi inaudible, que tiembla más allá del horizonte. Cruzan montañas que acunan hielos en sus cimas. Hielos que no saben de amores ni tristezas, hielos silenciosos, dormidos en un sueño de agua aún no nacida. Cruzan bosques donde el musgo reina y selvas de orquídeas agobiantes. Su sombra frágil tiembla sobre ciudades erizadas de hierros y cemento, sobre pueblos blancos, sobre techos rojos. Escapando de águilas y halcones, agradecen la ayuda de los vientos compasivos que les son favorables. Una mañana ella, entre lágrimas verdes, ve llegar un ave en llamas. No la reconoce hasta que oye su canto. Porque el canto es su nombre.. Entonces alza las ramas llorosas, y todas sus hojas bailan para recibirlo. Y el corazón, fatigado pero feliz, anida en ella.

jueves, septiembre 06, 2007

Fernando

Mi segundo hijo (por orden de aparición, solamente),ha hecho un dibujo que quiero compartir, porque me parece que vale la pena. Siempre me encanta su trabajo, y esta vez más aún, porque se inspiró a partir de mi cuento de la sombra. Creo que no me equivoco al elogiarlo, y que no es solo la chochera materna lo que motiva mi juicio. ¿No les parece muy bueno?